Es, sin duda, uno de los cantantes (bajo-barítono) más importantes de la actualidad. Su voz es amplia, profunda y dúctil. Su personalidad musical desprende un magnetismo electrizante. Cuando le escuchamos cantando Schubert nos conduce a través del complejo laberinto emocional que nos constituye, es el espejo que muestra el yo más hondo y olvidado. Cuando le escuchamos improvisando jazz nos contagia el optimismo de una voluntad invencible.
Y, sin embargo, Thomas Quasthoff es, muy a pesar suyo, un ejemplo de constancia, de esfuerzo, de lucha contra todo y contra todos, un modelo, un héroe ético de dimensiones homéricas. Pues nació con graves malformaciones provocadas por un medicamento (taliomida) que su madre había tomado durante el embarazo. En su biografía hay momentos que, a la vista de su proyección artística actual, resultan bochornosos: fue rechazado en el Conservatorio porque no podía cursar la asignatura de piano complementario y tuvo que buscar una profesora para que le enseñara el arte que anhelaba: cantar.
He aquí dos ejemplos de la maestría de Quasthoff: Schubert (Der Leierman; El organillero) y un fragmento de sus flirteos con el jazz.
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